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martes, 5 de abril de 2011

Arrecifes, Cabo San Juan

Arrecifes. Primer contacto con las playas del parque. Nos da la bienvenida un gran letrero que avisa de que es peligroso bañarse en estas aguas. Unas 100 personas, dice el cartel, han muerto ahogadas aquí. Solo con ver el fuerte oleaje ya te sientes intimidado. El mar es tan bello como mortal. La arena, fina y blanca. Y, de fondo, las montañas que se alzan en un intento desesperado por tocar el cielo. Océano, bosque tropical y montaña, qué fabulosa combinación.

Cuando llegamos a Arrecifes ha pasado algo más de una hora desde la entrada. Nuestro destino final es el cabo San Juan, así que nos espera otra larga hora más de camino. A medida que avanzamos nos sentimos más y más embelesados, como hechizados.

Y al fin, el cabo. Una cabaña de madera corona un cerro inmenso a orillas del mar, la imagen típica de esta parte del parque, el objeto de deseo de todos los turistas que llegan aquí. Probablemente nos encontramos ante una de las playas más hermosas del mundo.

El camping está atestado. Hamacas, tiendas de campaña, sacos de dormir...El día que nos registramos habían pasado por aquí entre enero y marzo más de 7.000 visitantes de todos los rincones del planeta. Claire y Richar se van al cerro y Berna y yo a las hamacas de la parte baja. Un leve reconocimiento del lugar, paseo por las piedras, caminata hasta las playas cercanas y a eso de las seis de la tarde mi cuerpo no resiste más. Me despierto a las tres de la mañana. Me vuelvo a dormir. Abro los ojos a las cinco, poco antes de que comience a amanecer. Me voy corriendo al mar. No hay espectáculo más emocionante que ver salir el sol en las playas del Tayrona.