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viernes, 1 de abril de 2011

Tayrona



"Este barrio se llama Once de noviembre, y hasta aquí vino a parar la guerrilla.. Hace un tiempo había retenes y casi no se podía transitar, pero eso ya pasó", me cuenta el taxista que nos lleva al parque Tayrona. Salimos de Taganga un martes por la mañana. A bordo del vehículo, Berna y yo más Richard y Claire, dos ingleses muy jóvenes y completamente ajenos a nuestra conversación. 

El conductor, un tipo joven, moreno, robusto y con aire desenfadado parece orgulloso, feliz ante la aparente paz que se respira en la zona. "Esto está muy tranquilo", insiste. Una vez, estando de vacaciones en Barranquilla me advirtieron del peligro de viajar a Taganga, a poco más de una hora de mi ciudad. Es como si a los españoles les prohibieran ir de Madrid a Toledo porque corren el riesgo de ser emboscados y raptados. Durante años la guerrilla prácticamente mantuvo secuestrados a los colombianos. El turismo interior era  inexistente. Y así como crecían los ataques de la guerrilla se fortalecieron también los grupos paramilitares, que actuaban en estrecha colaboración con las fuerzas militares, sembraban el terror y cometían las peores masacres que se recuerden en este país.

En aquella ocasión -creo que era 2002-, ya se habían posicionado en la zona. Al parecer, se trataba de un enfrentamiento entre facciones que derivó en una guerra interna. "Si vas, es bajo tu responsabilidad", me dijeron. Así que me quedé con las ganas de visitar mi playa favorita.

Avanzamos por la troncal del Caribe. La carretera está en excelentes condiciones y a los lados florecen toda clase de negocios: estaderos, restaurantes, hoteles...Y fincas. Vastas extensiones de tierra que en algunos casos se han convertido en sitios de recreo. No falta la presencia policial. De vez en cuando asoman parejas de soldados, algunos imberbes, con sus gorritas ajustadas, su uniforme verde y con cara de querer estar en cualquier parte menos allí. Divisamos la entrada. Nada más llegar sientes como si la madre naturaleza te diera la bienvenida. Huele a verde. A monte. A aire puro. "En Colombia la vegetación, la fauna, todo te avasalla...Es tan exuberante", me comenta Berna. El ingreso al parque cuesta unos 15 euros para los extranjeros y la mitad para los nacionales. Para llegar a las playas se puede ir caminando o en burro. Decidimos echar a andar con Claire y Richard. "Antes de llegar a Arrecifes hay un camping que se llama Don Pedro", nos avisa el taxista. "Allí pueden tomar algo y descansar. Además, es barato".

Pocos minutos después de iniciar la caminata pasamos por un pantano. Un guía que viene en dirección contraria nos alerta: "Por allí hay una babilla (especie de cocodrilo pequeño) que se acaba de comer un puercoespín". La vemos unos minutos después. Las espinas sobresalen de su mandíbula.